Ciudad inspiradora de historias, pintadas o escritas, el pintor Palacio, -“obsesionado por Madrid”, diría Juan Manuel Bonet-, viaja desde el ras de suelo, -la calle y el comercio, sus luces o sombras, transeúntes y emigrantes, mimos, vendedores o mendigos-, hacia la bóveda. A veces, como en los hermosos cuadros a lo Richard Estes, son pinturas en las que se refleja el paisaje en los cristales, sucediendo un encuentro feliz entrambos, suelo o ciudad frente a cielo-cima-nube, a modo de trompe l’oeil de la citada hiperrealidad, intercambio de la urbe y su reflejo, urban mirrors, en tautológicas palabras del artista. Y un cielo desmesurado (analizo ahora sus aires y siempre son distintos), permanece en sus lienzos como fondo de los fragmentos elegidos de la ciudad. Artista devorador del escenario urbano, que gusta en hacer patente mas sin que por ello se aminore el misterio, es Palacio de la estirpe de los flâneurs, de los paseantes que entienden la metrópoli como el lugar fantástico en donde se desarrollan acontecimientos, –era una ciudad magnífica, dirá Georges Hugnet-,

Alfonso de la Torre